La traducción de textos científico-técnicos (TCT) es otro de los nichos en los que el traductor puede verse fácilmente embarrado, como ya hemos visto en artículos anteriores. Los lingüistas habían prestado, tradicionalmente, poca atención a este tipo de textos: asumían que se trataba de traducciones menores, apenas calificables como tales, puesto que sólo consistían en un montón de terminología concreta (y por tanto fácil de traducir con un diccionario técnico de esa rama de la ciencia) en medio de un texto simple, llano, que intenta comunicar de la forma más sencilla y clara posible.
A priori no parecía un reto tan apasionante como traducir Shakespeare al castellano, o Cervantes al inglés.
Pero desde mediados del siglo XX los especialistas han prestado más y más atención a la traducción científico-técnica. Porque, como veremos, esconde muchas más trampas y muchos más problemas de lo que parece.
El mito de la terminología biunívoca
El sueño de cualquier traductor que quiere especializarse en traducción científico-técnica es hallar un diccionario, online a ser posible, en el que pueda encontrar cualquier término médico, químico, astronómico, etc.
Dichos glosarios terminológicos existen.
Pero al minuto de empezar a utilizarlos, el traductor descubre que la cosa va a ser más complicada.
Y es que la terminología científica no es biunívoca, es decir, no tiene una correspondencia exacta y única en lengua meta. Un ejemplo cristalino de esto es el término epidemiológico anglosajón odds ratio, que posee al menos siete traducciones propuestas:
- razón de productos cruzados
- razón de disparidad
- proporción de desigualdades
- razón de predominio
- razón de oposiciones
- oposición de probabilidades contrarias
- cociente de probabilidades relativas y oportunidad relativa
¿Cuál de ellas es la más adecuada? La respuesta intuitiva es “según el contexto”, pero ni siquiera esto es así: la mayor parte de la literatura científico-médica en epidemiología utiliza directamente el término odds ratio.
Las interferencias precisas
El traductor, por principios, aborrece las interferencias, si bien puede rendirse a ellas por agotamiento, falta de términos en la lengua meta, o plazos de entrega demasiado cercanos como para ponerse bizantino con un término casi intraducible que de todos modos todos utilizan siempre en inglés.
Y ahí tenemos otra complejidad de la traducción de TCT. En ocasiones, lo más recomendable es permitir la interferencia. No se trata de llenar la traducción de términos en lengua de origen, pero como hemos visto con odds ratio, no sólo es más económico utilizarla: es que es lo que el lector de ese texto en lengua meta está esperando.
La comunidad científica tiene un espíritu internacional, global, y por tanto ha elegido de forma tácita una lingua franca que es el inglés, como antaño lo fue el latín. Y si el lenguaje científico-técnico está plagado de interferencias grecolatinas, ¿por qué no puede tenerlas anglosajonas, si eso ayuda a la comunicación?
Por tanto, a la hora de traducir, hay que valorar con cuidado si el término tiene una traducción sensata y comprensible, y utilizada por la comunidad, o si lo habitual es el uso del término anglosajón.
El texto simple
Explica Peter Newark en su libro Approaches to Translation que la terminología, en un texto científico-técnico, rara vez supera el 10-20 % del total de palabras. Eso supone un 80-90 % de texto común y corriente. Que, al tratarse de textos que no buscan la belleza ni la literatura, sino comunicación pura y simple y lo más clara posible, deberían ser sencillos. ¿Verdad?
Pues no.
También en lo común se esconden trampas imprevistas, relacionadas con la cultura de origen y destino, con sus respectivos idiomas, y con los sesgos de cada comunidad científica concreta. Veamos algunos ejemplos:
1) La sinonimia
En cuanto a terminología, existe consenso sobre lo inoportuno de usar sinónimos: el término es el que es y para no confundirnos es mejor no ir variando con alternativas. Pero en cuanto a lenguaje general no hay consenso: depende de la tradición cultural de cada lengua. Así, por ejemplo, en un paper en inglés es muy habitual encontrar la repetición del verbo be como nexo de unión sistemático. Además de ser muy claro, se considera una señal de estilo. En español, en cambio, ocurre lo contrario: la repetición denota pobreza léxica, y por tanto, en vez de llenarlo todo de “ser/estar”, lo suyo es salpicarlos con variantes inocuas: consistir, radicar, constituir…
¡Y lo mismo ocurre con el have y sus múltiples variantes en español!
2) La longitud de los periodos
El inglés es una lengua más escueta, mientras que la longitud de las frases es mayor en español, con muchas más subordinaciones.
3) Las diferencias de registro
En muchas ramas de la ciencia, el registro utilizado es más formal que en inglés.
4) Uso de abreviaturas
Las siglas y abreviaturas son mucho más frecuentes en inglés que en español.
5) Connotaciones éticas de las variantes
No es exactamente lo mismo traducir subject como “sujeto” que como “paciente”.
Podríamos seguir, pero seguro que ya se coge la idea: incluso lo más sencillo, en una traducción científica, esconde complejidades.
De ahí la necesidad de contar siempre con un profesional cualificado de la traducción, que tenga además los suficientes conocimientos, formación o experiencia en la rama concreta de la ciencia que debe traducir.